Patrizia Coffaro
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NERVIO VAGO: ESTRATEGIAS PARA MEJORARLO
El nervio vago es uno de los elementos clave de nuestro sistema nervioso autónomo. Es el más largo de estos nervios y se extiende desde el tronco encefálico, pasando por el cuello, hasta llegar al tórax y al abdomen. Aunque comúnmente se le conoce en singular, en realidad hay dos nervios vagos, uno a la izquierda y otro a la derecha. El término «vago» proviene del latín y significa «errante», un nombre que describe bien su recorrido en el cuerpo.
Este nervio participa en una cantidad impresionante de funciones fisiológicas, conecta el cerebro con los intestinos, transporta señales sensoriales y motoras, y es responsable de la inervación de estructuras fundamentales como el corazón, los pulmones, el esófago, el estómago, los intestinos y los principales vasos sanguíneos. Regula el ritmo cardíaco, la digestión, la presión arterial, la sudoración e incluso la voz.
Al coordinar los músculos de la laringe y la faringe, permite la fonación y la deglución. También ayuda a nuestro cuerpo a mantener un estado de equilibrio entre activación y relajación.
El nervio vago representa el canal principal de la rama parasimpática del sistema nervioso autónomo, es decir, la parte del sistema que nos permite relajarnos, digerir, ralentizar los latidos del corazón y recuperarnos del estrés. Su función es modular la presión arterial, la sudoración, el reflejo nauseoso y el funcionamiento del intestino mediante contracciones involuntarias coordinadas.
Sin embargo, su sobreactivación puede ser problemática y manifestarse en forma de disautonomía, como en el síndrome de taquicardia ortostática postural (POTS). Si se estimula repentinamente, puede desencadenar un reflejo vasovagal que provoca una caída repentina de la presión arterial y la frecuencia cardíaca, lo que provoca sensación de desmayo, náuseas, dolor o reacciones de estrés. Por otro lado, su estimulación controlada puede ayudar a detener la taquicardia o el hipo persistente.
Por todas estas razones, el nervio vago ha sido estudiado desde hace mucho tiempo por médicos, neurocientíficos y terapeutas. Las técnicas de estimulación vagal, como la neuroestimulación electrónica, ya se utilizan clínicamente para la epilepsia y la depresión, y también muestran resultados prometedores en el tratamiento de la inflamación crónica, el tinnitus, las migrañas, la fibromialgia y otros.
Según algunas teorías, nuestro sistema nervioso autónomo no se limita a dos estados: activación o relajación, sino que también cuenta con un tercer modo: el sistema de interacción social.
Imaginemos una gacela pastando tranquilamente en la sabana. De repente, detecta la presencia de un depredador. Se pone en alerta (activación simpática). Al ser capturada, entra en un estado de congelación (dominancia vagal dorsal).
Si logra escapar, reactiva el sistema simpático para que huya. Estos tres estados —conexión, lucha/huida y desconexión— son los que describe el modelo polivagal para comprender nuestras reacciones al estrés, el peligro y las emociones.
Cuando nos sentimos seguros, podemos comunicarnos con los demás, expresar emociones, dormir bien, digerir correctamente, sentir curiosidad, empatía y presencia. Pero si el sistema entra en estado de alarma (lucha o huida) o se bloquea, aparecen ansiedad, insomnio, taquicardia, dificultades digestivas, cansancio, desconexión e inflamación.
La reacción de «lucha o huida» es una respuesta fisiológica útil en situaciones de emergencia.
Pero cuando se vuelve crónica, como en quienes han sufrido abusos, accidentes o traumas repetidos, el cuerpo queda atrapado en ese estado. Sin embargo, algunos viven en un estado constante de aislamiento, sintiéndose disociados, apáticos, vacíos, incapaces de experimentar placer o conexión. Esta condición es un signo de tono vagal bajo.
El problema surge cuando estas respuestas, que se creían temporales, se vuelven persistentes. Es entonces cuando aparecen la ansiedad, la depresión, los trastornos digestivos, las alteraciones del sueño, la inmunosupresión y la inflamación sistémica.
Las causas más comunes incluyen:
– Traumas en la infancia o la edad adulta;
– Estrés crónico e insomnio;
– Infecciones crónicas (p. ej., virus de Epstein-Barr, virus de Lyme, virus del herpes);
– Desequilibrios glucémicos;
– Intoxicaciones ambientales (metales pesados, moho, pesticidas);
– Problemas respiratorios e hiperventilación;
– Lesiones en la cabeza o el cuello.
Síntomas más frecuentes:
– Ansiedad y depresión;
– Fatiga crónica;
– Desregulación emocional;
– Presión arterial o ritmo cardíaco anormales;
– Dificultades digestivas;
– Inflamación recurrente;
– Sensación de desapego o de no estar presente;
-Problemas de voz, deglución o náuseas.
Existen algunas pruebas sencillas que pueden sugerir una alteración del tono vagal:
1. Variabilidad de la frecuencia cardíaca (VFC): una VFC baja indica una baja resiliencia del sistema nervioso.
2. Prueba de presión arterial ortostática: una disminución de la presión arterial al pasar de la posición acostada a la de pie puede indicar un desequilibrio neurovegetativo.
3. Prueba pupilar: si la pupila no puede permanecer contraída a la luz durante al menos 20 segundos, el tono vagal puede ser débil.
Estas son las estrategias para mejorar el tono vagal:
1. Respiración diafragmática y consciente: ralentiza el ritmo cardíaco y activa el sistema parasimpático;
2. Meditación y oración: calman la mente y nutren la sensación de seguridad interior;
3. Cantar y hacer gárgaras: estimulan los músculos de la garganta y el nervio vago;
4. Baños fríos o duchas alternas: activan el sistema parasimpático;
5. Contactos sociales seguros y enriquecedores: fundamentales para el sistema de interacción social;
6. Dieta antiinflamatoria: prioriza verduras, grasas saludables y pescado salvaje y fermentado;
7. Ayuno intermitente: mejora la neuroplasticidad y reduce la inflamación;
8. Movimiento diario: desde estiramientos hasta deportes, esencial para la salud vagal;
9. Técnicas somáticas (danza, yoga, etc.): liberan tensión y traumas corporales;
10. Magnesio y zinc: favorecen la salud del sistema nervioso;
11. Adaptógenos (p. ej., Rhodiola, magnolia): regulan el cortisol;
12.Tecnologías de relajación (p. ej., BrainTap): estimulan la recuperación de estados de calma. Técnicas como la osteopatía, la terapia craneosacral, la acupuntura, la quiropráctica y la masoterapia pueden favorecer el sistema nervioso autónomo, liberando la tensión física y neuroemocional.
La oxigenoterapia hiperbárica también está demostrando ser prometedora para mejorar la función cerebral y vagal.
El nervio vago es fundamental para nuestra salud general: regula el corazón, la respiración, la digestión, las emociones, el sueño y el sistema inmunitario. Cuidarlo significa ayudar al cuerpo a superar un estado de emergencia crónica y a volver a vivir con serenidad, vitalidad y conexión.
Si presenta muchos de los síntomas descritos, comience a aplicar incluso una sola de las estrategias sugeridas; poco a poco, su sistema podrá volver a un estado de seguridad y bienestar.
XO – Patrizia Coffaro
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